Philip Roth: La muerte como factor constante

«Lo único que al parecer está vivo es el recuerdo»

La muerte como incidencia central en los relatos, la muerte como forma literaria, la muerte como fin, la muerte como medio para alcanzar el fin, la muerte como un pretexto inventado o como un capricho de la vida, la muerte en todas sus formas mantiene siempre esa aura ineludible, un camino sin salida, una visita que llegará tarde o temprano y no hay postigos que le impidan el ingreso.

Philip Roth escribió un relato que rebosa de una atmósfera lúgubre, un olor a exequias permanente. Elegía se abre precisamente con los funerales de un hombre cualquiera. La imagen cinematográfica de un velatorio. Un discurso póstumo, unas frases del final del camino que pueden convertir en buenas personas a los más hijos de puta de esta tierra, y es que si hay algo de beneficioso en la muerte es que santifica a los malos y les coloca una prestada aureola hasta que se les da el último adiós.

En esas mismas condiciones Roth relata la vida y milagros de un padre que ha llevado una vida fútil circundada de enfermedades y constantes achaques que lo acercan y lo convencen de una existencia breve. Es probable que aquel conocimiento previo sea el que lo confine a llevar una vida acelerada, un camino en el que aparentemente vive de espaldas a su familia. Tres matrimonios a cuestas y varias mujeres de un hombre que parecía convencido que viviría poco y que por ello se veía empujado a vivir al máximo.

Una elegía evoca el lamento por la muerte de una persona. Esta composición lírica mantiene un tono melancólico. En Elegía se mantiene aquel tono funesto de principio a fin. Es una especie de funeral perpetuo que traduciéndose al lenguaje cinematográfico requeriría una temperatura de color gris. Tarde, sin luz del sol, noche eterna, sin nada que se asemeje siquiera un poco a la vida. Es más, desde la cubierta oscura, el libro da un anticipo del relato: un lamento constante.

Durante varios momentos de la novela se evidencia que lo único que al parecer está vivo es el recuerdo. La memoria del padre joyero, la memoria de sus alumnos en las clases de pintura, la memoria de las mujeres que conquistó y quiso conquistar. La clara paradoja donde los recuerdos toman colores vívidos y la vida se torna en blanco y negro, cuando en una película sería todo lo contrario. 

Roth logra relatar con pericia y mantener aquel efectismo cinematográfico a través de las palabras, una técnica impecable para impregnarle aquel matiz grisáceo a las acciones, a los diálogos y a los personajes. Un lamento por la muerte que se escucha, prácticamente, desde que comienza la vida.

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